jueves, 10 de junio de 2021

Desempolvando casualidades

Siempre fui de los que creen en las casualidades, pero hoy puntualmente me replanteo eso, y empiezo a creer que no todo se trata de azar, sino que uno a veces no está lo suficientemente receptivo para ver determinadas situaciones y piensa que son producto de la suerte. Me encuentro en una etapa de cambio en mi vida, llamarlo redescubrimiento suena un poco a libro barato de autoayuda, pero es que lo siento así. Esta noche particularmente veo algunos patrones que se repiten, que hacen que crea que no todo es fortuito. No puede ser casualidad que los momentos en los que tengo ganas de escribir se den siempre de madrugada, cuando sé que tengo que estar durmiendo para arrancar temprano a cumplir con las obligaciones diarias. Tampoco creo que sea una casualidad que justo en esta semana donde me he planteado dilucidar cuales son los proyectos u objetivos que quiero conseguir de aquí en adelante, me haya topado con un montón de ideas o guiños, que se presentaron en varios lugares. Para citar un ejemplo simple, estuve viendo entrevistas random, donde en algún momento, varios de los personajes entrevistados hicieron hincapié en disfrutar del viaje y no solo de la concreción del objetivo, y esto último es lo que siento estuve viviendo gran parte de mi vida. La persecución continua de una zanahoria que cuelga frente a mis ojos… es todo lo que vi y es todo lo que veo. No detenerse en lo que pasa día a día, sino más bien, ir en una especie de búsqueda en piloto automático del proyecto de vida que tenía en mente. Proyectos que fueron elegidos por necesidad en ocasiones, en otras no, pero de los que ya ni siquiera me siento parte. Es un error pensar en un objetivo a alcanzar, como un fin en sí mismo, porque una vez alcanzado, el momento de disfrute llega y se queda un tiempo, que en ocasiones es casi efímero, luego necesitamos un nuevo horizonte al cual llegar, y así vamos pasando capítulos de nuestra vida, como si fuéramos salteando la publicidad de YouTube. Hoy encontré algo en una vieja libreta, otra señal con la que por “casualidad” me topé, en ella escribí hace unos cuantos años una suerte de pensamiento, entiendo que es eso, porque está redactado, en su mayoría, como con frases sueltas, por eso lo voy a trascribir textual… “recuperar el enfoque perdido. Llevo años disperso, como tratando de evitar algo, quieto, expectante, esperando un cambio que no estoy motivando. Hoy doy los primeros pasos para dejar de ser un espectador. Tengo que enfocarme, empujar, mover… decidir. Con convicción y sostener. Por más doloroso que pueda ser, dejar de distraerme con atracciones pasajeras, dejar la montaña rusa. Encontrar mi lugar y ser lo que debo ser” … y acá estoy ahora, y no creo que sea casualidad haber leído justamente hoy estas líneas, justamente a esta hora cuando suelo sentarme a escribir, en este momento de mi vida donde me estoy planteando quien quiero ser, y no quien debo ser, porque toda la vida fui quien debía, perdiendo la oportunidad de elegir, y creo que por eso me resulta tan complicado hoy poder tomar una decisión, porque caigo en la cuenta de que nunca lo había hecho. Es fácil seguir adelante cuando el rol que te toca lo va delineando el entorno y ahora me encuentro sin paredes ni designios externos que me marquen un camino, esa fue mi primera elección para romper con este mapa de vida prefabricado en el que me encontraba. Todo eso me trajo hasta acá y no tengo reproches por ello… pero ya no es suficiente. Y como pensar que una casualidad me hizo ver esta ínfima foto mía, de un día cualquiera, en el que decidí volcar al papel un pensamiento y dejarlo guardado allí, para que vuelva a encontrarlo un día, que no sabía si iba a ocurrir, en el que estuviese decidido a cambiar el rol que venía interpretando, hoy que estoy buscando mis propios objetivos, mis propios deseos, veo como desde otra perspectiva temporal, ya más viejo y un poco más egoísta, también apremiado porque veo con mayor claridad que el paso del tiempo es la única constante en la vida, ya no quiero ser el que debo… ya no quiero ser ese que se angustia por no poder cumplir expectativas ajenas, ya no quiero ser solo aquel que sostiene o empuja… quiero ser el que vive. Ahora me despido porque dio la casualidad que se extinguió el ultimo cigarrillo de la noche y es momento de descansar… mañana toca decidir cuál es el próximo paso.

martes, 21 de abril de 2020

La Foto

Hace unos días, revolviendo una caja con cosas viejas, buscando algo para mostrarles a mis hijas, me encontré con esta foto.
En ella estoy con mi viejo en el acto de egresado del secundario, era el año 1998. No sé cuándo fue la última vez que la vi, pero estoy seguro que pasaron más de 13 o 14 años, de hecho estaba guardada en una caja que abrí hace poco y que no desembalaba desde que nos fuimos de la casa donde vivíamos todos juntos, allá por el 2007. Desde que me reencontré con la foto la tengo acá al lado, la estoy viendo ahora mismo en mi escritorio. Me encanta vernos juntos, pero lo cierto es que ya no la miro de la misma forma. Es que han pasado tantas cosas desde ese momento, incluso casi inmediatamente a la foto, ya que solo unos pocos meses después, en lo que fueron las últimas vacaciones juntos, empezaron a aparecer los avisos de lo que se venía. Es por eso que veo la foto y no solo nos veo a nosotros frente a la pared del colegio, veo un punto de quiebre, porque la vida a veces golpea fuerte y no queda más alternativa que madurar pronto… lamentablemente por necesidad y no por elección. Y me veo ahí feliz, sin problemas, sin preocupaciones… sin saber. Recuerdo que un rato después, yo hablaba con una chica con la que termine saliendo unos meses y mi viejo se acerco para decirme que nos íbamos, sin interrumpir me hizo con las manos el gesto de que teníamos que irnos y esbozando una leve sonrisa cómplice, me guiño el ojo aprobando la conquista. Que poco pudimos disfrutar de esos códigos. Y sigo viendo la foto y esta él, siendo todavía su mejor versión, y más de veinte años después, lo veo con ojos de adulto, pero extrañándolo como si todavía fuera un niño. Hay algo en la forma en la que me mira, que en ese momento claramente no percibí, pero hoy si puedo darme cuenta de lo importante que era para mi viejo verme ahí, para alguien que nunca estudió e incluso a duras penas había terminado el primario, y me está viendo feliz y orgulloso de que yo pudiera lograr algo que él nunca pudo hacer, algo que para mí era normal o sin trascendencia como terminar el colegio y que para él fue algo imposible. Encuentro tan diferente esta foto a como la había visto siempre, claramente no soy la misma persona desde la última vez que la vi, ahora la veo con los ojos de él, con los ojos de alguien que vive por otras personas. Ser padre genera muchos cambios, pero dos son esenciales, el primero es el miedo… nada es más aterrador que la idea de que algo malo pueda pasarle a un hijo… nada. Y el segundo cambio es que uno abandona el egoísmo, porque inmediatamente se cae en la cuenta de que el centro es otro y no hay cambio de paradigma más grande que ese, lo más importante en la vida de uno es nuestro hijo. Tantos años después, ya no soy ese pibito desalineado del secundario, ahora me parezco mas al que está al lado, o al menos intento parecerme, ese que mira orgulloso, ese que siempre estuvo para enseñar y ayudar, para construir en todos los sentidos, desde un robot de juguete hecho con cartones, hasta el carácter y los principios que uno tiene que llevar en la adultez, el que era el pilar de esa vida que ya no es la mía y que a la distancia pareciera que perteneció a otra persona. Me cuesta ponerme en los zapatos del Ariel adolescente, sin embargo me es tan fácil ponerme en tu lugar viejo. Porque yo también miro a mis hijas lleno de orgullo cuando me enseñan sus logros, que para cualquiera podrán ser pequeñas cosas, pero que para mí son increíbles, porque las veo crecer, las veo aprender… Les hablo mucho de vos para que sepan que tienen un abuelo en el cielo enamorado de ellas. Vos no me contabas mucho de tu viejo, yo tampoco indague demasiado, quizá porque inconscientemente sabía que no ibas a contarme muchas cosas lindas, pero en este caso es lo contrario. Siempre les cuento todo lo que vos nos enseñaste, como te divertías con nosotros, lo que construíamos juntos, cada vez que yo le construyo cosas a ellas me siento en el piso con las herramientas y la historia arranca con un “mi papa cuando yo era como ustedes…” Tendrías que oírlas preguntarme ¿cómo era el abuelo? ¿cómo hacía tal cosa? ¿ a que jugábamos? cuando me preguntaron si dibujábamos juntos, les dije que sí, pero que solo sabias dibujar el Pato Donald y era lo único que hacías, no les voy a mentir. Qué lindo hubiera sido que las conozcas viejo, te volverías loco de amor y ellas igual con vos, porque eso son, son todo el amor que nosotros no éramos, no porque no lo sintiéramos sino porque no lo demostrábamos, ese abrazo de la foto es lo mas demostrativos que alguna vez fuimos, sin embargo con las nenas nos llenamos de besos y abrazos y nos decimos tantas veces te amo que ya nos mareamos, aunque Mica trata de llevar la cuenta, según ella vamos por ochenta mil cincuenta cuarenta, no entiendo mucho el numero, pero estimo que es un montón, estoy seguro que lo mismo habrían hecho con vos y sé que serias un gran abuelo, porque sé que tener nietas era lo que más querías en el mundo. Y veo la foto nuevamente y no puedo dejar de pensar que me encantaría poder volver a sentir la inocencia o quizá mejor llamarlo inconsciencia de esa época, pero ya no se puede. Lamentablemente no siempre se puede elegir como crecer, ni cuando hacerlo, lo que sí puedo hacer, es darles la posibilidad a mis hijas de que vivan esa vida y la disfruten como yo pude hacerlo gracias a vos. En algún momento nos pondremos al día con todo lo que tengo para contarte, aunque ambos sabemos que ninguno de los dos tiene prisa en que eso ocurra…

viernes, 29 de noviembre de 2019

Ultimo Relato

Estoy parado al pie de una cama en una habitación de hospital, alguien cercano tuvo un accidente y vine en cuanto pude, pero no me animo a mirarlo, no es que sea muy impresionable, pero no sé porque, ahora no puedo alzar la vista. No sé ni cómo llegue acá, se ve que en la urgencia de la situación ni registré el viaje. Que terrible, pienso… es joven, no llega a los cuarenta, debe ser por eso que me afecta más, es imposible no sentirme identificado, son muchos los puntos en común. Se abre la puerta, es una enfermera… entra con cierta prisa, ni siquiera atinó a saludar. Chequea los signos vitales y con preocupación en el rostro se vuelve a ir. Yo miro para la ventana, entra un poco de luz natural por entre las cortinas… se vislumbra la copa de un árbol, me distraigo con esa imagen mientras suena el hipnótico pitido del monitor de ritmo cardiaco. Solo se interrumpe ese sonido cuando escucho llorar a una mujer del otro lado de la puerta. ¿Será alguien más preocupada por él? inmediatamente algunos pensamientos que preferiría evitar me invaden ¿qué pasaría si fuera yo quien está en esta situación y ese alguien llorando, del otro lado de la puerta, estuviera ahí por mí?. ¿Mi madre? ¿Mi mujer quizá? si estuviera peleando por mi vida ahora ¿tendría tiempo de pensar cual fue nuestra última charla? ¿Cuándo fue la última vez que visité a mi madre? Pienso y me cuesta recordarlo. ¿Le di un beso de despedida a mi mujer cuando salí al trabajo esta mañana? ¿O fue una de esas veces que era más importante irme rápido y no perder el tren? Me angustio pensando en eso, estoy seguro que le dije te amo y la bese en la frente antes de salir de casa, pero ella dormía así que no se enteró. Todo esto me genera la necesidad de escribirle, busco presuroso el celular en mis bolsillos y no lo encuentro, vuelvo a palpar cada bolsillo, con la misma suerte, se ve que en el apuro lo habré dejado en la oficina. Bueno la veré esta noche, me digo con cierto fastidio por tener que esperar. Ahí le diré lo que me gusta besarla por las mañanas mientras duerme, que ese es mi ritual de cada día antes de irme. Y sigo acá, sin verlo... tengo las manos apoyadas sobre el frio caño de la cama, me sostengo ahí mirando el suelo gastado de la habitación. Estas situaciones son cachetazos de realidad, uno que siempre anda corriendo de un lado para el otro por cosas que no lo ameritan, si tan solo nos diéramos cuenta, no? Caemos por un rato en esa suerte de discordancia de prioridades, cuando nos enfrentamos a circunstancias como las que estoy viviendo ahora. ¿Cuánto puede importarle a él ahora mismo la cotizacion del dolar? Sin embargo ayer, seguramente le preocupaba y mucho. Nos alejamos del eje, perdemos de vista lo que es importante realmente, damos por sentado que está ahí y que va a estar ahí por siempre, … pienso en mi hija ahora… Que anoche me enoje con ella cuando hizo un berrinche terrible a la hora de irse a dormir y le apague la luz sin siquiera darle un beso de buenas noches, ni contarle un cuento, ni decirle que la amo a pesar de que a veces me enojo. Ella es lo más importante en mi vida y no se lo dije, solo insulte al aire y me fui a ver televisión. Porque eso era lo importante para mi anoche, el capítulo de una serie… y otra vez, como perdemos el eje. No importa, esta noche la abrazaré fuerte cuando llegue y le diré todo esto, que la amo y que si me enojo por pavadas, es solo porque soy un tonto que en ocasiones no se da cuenta de lo importante. No tenemos el tiempo asegurado, ojala así fuera. Ojala tuviera la certeza de saber, poco o mucho, pero saber. Porque es evidente que necesitamos saberlo para no perder de vista que nuestro tiempo es finito, el de él ahora mismo pende de un hilo. ¿Habrá podido despedir a su mujer con un beso esta mañana? ¿Le habrá leído un cuento a su hija antes de irse a dormir? ¿O se fue enojado como yo, a ver la televisión? Y en un momento el ruido acompasado del monitor se convirtió en un continuo pitido, ese sonido escalofriante que nadie quiere oír. La habitación empieza a sentirse muy fría, las piernas se me debilitan. Sucedió el peor desenlace… con lágrimas en los ojos, tomo coraje y levanto lentamente la vista. Caigo rendido sobre mis rodillas al verme ahí recostado, inconsciente. Alguien entra a socorrerme, pero ya no hay vuelta atrás. Ahora sí reconozco el llanto desconsolado de mi mujer, quien esperaba en el pasillo del hospital. Era por mí, me digo abatido. La decepción me invade… no lo aproveché… si tan solo tuviera un día más… las abrazaría hasta perder la fuerza… como tendría que haberlo hecho anoche. Solo me consuela pensar, que quizá entre sueños, las dos hayan podido sentir cuando me fui esta mañana, que las bese y les dije “te amo… nos vemos a la noche”.

martes, 30 de julio de 2019

Acceso directo...

Es curioso cómo funciona la memoria, cuáles son los recuerdos que guarda la mente y los deja pegados en el " escritorio " de nuestro cerebro, como una suerte de “acceso directo”. Una caricia, un beso a una enamorada, un abrazo de despedida, la risa con carcajada de un hijo. Como quedan relacionados lugares y personas a instantes determinamos. ¿Por qué quedarán justo esos momentos y no otros? Después si uno empieza a ahondar, aparecerán otros momentos, felices o no, ya más pulidos por el ejercicio de recordar o porque los dispara una foto guardada en algún cajón, pero no es lo relevante, al menos no son estos tipos de recuerdos, los que me trajeron a escribir ahora. En mi caso noto que esos primeros recuerdos son todos felices, desconozco si es algo generalizado, no soy experto en materia psicológica, pero en mi funciona así, imagino que se trata de algún mecanismo de preservación, para no amargarme con desamores o circunstancias tristes, entonces dejo a mano, para cuando el caso lo amerite, estos “highlights”. Hace unos días escuchaba a un escritor q me gusta mucho, Hernán Casciari, hablando de su padre y de alguien, que como yo, lo sigue y le comentaba los efectos que tuvo su relato en él y su relación con el padre, sin poder evitarlo, mentalmente hice doble clic en esos recuerdos primarios de la carpeta “Mi Viejo”. El primero es casi uno de los últimos, tendría que hurgar un poco en la memoria, pero creo que, efectivamente, es el último que tengo con él en vida. Lo fui a visitar una tarde al geriátrico, en donde estaba internado, el falleció un primero de julio, así que era invierno, esto habrá sido, más o menos, un mes antes, en mi recuerdo hacía calor, él no podía mantener una conversación, para ese entonces apenas si me recordaba, ese día me reconoció. Estábamos en el jardín sentados, recuerdo que llevé el equipo de mate, alguno que otro pudo tomar. Después hablamos de San Lorenzo, el punto más grande de contacto que tuvimos siempre y era el último que teníamos, le conté que peleábamos el campeonato, Ramón Díaz nos dirigía, el no entendió bien, no sé si era porque supo conectar a Ramón Díaz con River, o porque no sabía de quien le hablaba, aún así le seguí contando de cómo le ganamos a Boca 0-3 en la Bombonera, él no agregó más, solo me escuchaba y sonreía, no por lo que yo le contaba, sino que (eso lo veo ahora) estaba feliz de ver a su hijo y de saber quién era. Ese día me fui feliz del geriátrico, creo que fue la única vez que me fui con esa sensación de ese lugar y fue la última. El día antes de fallecer, había ido a visitarlo y mi vieja que estaba saliendo, angustiada de verlo como estaba, me pidió que la llevara a casa y que volviera al día siguiente, por mucho tiempo me sentí culpable de esa decisión y no haberlo visto una última vez, ahora me doy cuenta que fui afortunado de que esa tarde de mate y futbol, haya sido nuestro último encuentro. El otro recuerdo que apareció, tiene más que ver con lo que estaba escuchando en la radio. Durante la narración, surgió una pregunta, que fue el disparador de todos mis recuerdos, ¿papá estás orgulloso de mí? El lector contaba que su padre estaba con vida y que nunca se había animado a preguntarle y eso le generaba cierta angustia, en mi caso, esa duda había sido disipada mucho tiempo antes. Tengo la sensación, de que era de noche, que recién llegaba de la facultad, esto sería por 2006, un año antes de su muerte. El ya no tenía muchos momentos de lucidez, recuerdo que le gustaban las comerciales televisivos, porque duraban apenas minutos y les podía seguir el hilo, cada tanto había momentos en los que podíamos conversar, afortunadamente, ese fue el caso de esa noche. Como decía yo había vuelto tarde de la facultad, serían las 11:30 de la noche, estaba cansado porque en esa época me levantaba a trabajar a las 5 de la mañana. Me acuerdo que ese día mi vieja me preparó la comida, generalmente me cocinaba yo, pero mi viejo extrañamente no se había dormido, así que imagino que ella decidió quedarse despierta para no dejarlo solo, ambos me acompañaron en la cena, aunque yo era el único comiendo. Como siempre la charla arrancaba con mi vieja preguntando, ¿Qué tal tu día?, y yo empecé a contar, inmerso en los problemas cotidianos, que estaba cansado del trabajo, que pagaban poco, que al mediodía comí un sanguche de matambre y queso, había un almacén en la esquina del trabajo, donde los preparaban con pan francés y eran realmente baratos, claramente ese era mi menú diario, les conté que el 130 había tardado un monto en llegar a la facu, pero por suerte hizo rápido en traerme hasta casa. Hasta ahí mi viejo seguía viendo la tele, como solía pasar, después seguramente le comente de la clase, de los temas que estábamos viendo, imagino que la materia era contratos o sociedades, que era un curso aburrido y que teníamos mucho para leer, que no me alcanzaba el tiempo para estudiar mucho, porque trabajaba todo el día y se hacía difícil, ese era básicamente el repertorio de quejas que habitualmente contaba. Recuerdo que mientras hablaba con mi vieja de las dificultades de la facultad, mi viejo dejo de mirar la televisión y se concentró en escuchar la charla, estuvo callado de todas formas, pero me miraba, lo recuerdo bien. En un momento atinó a hablar, al darme cuenta hice silencio, le costaba a veces decir lo que pensaba, en realidad siendo un vasco cerrado como era, siempre le costaba decir lo que pensaba o sentía, pero en ese momento la dificultad era por su enfermedad. Se tomó unos segundos como para armar la frase mentalmente y prepararse para decirla, se frotaba las manos, como tomando coraje para soltar las palabras, me miro con los ojos cristalizados de emoción. Era realmente él quien iba a hablar, me di cuenta en ese momento, no era un divague propio de lo que padecía, después de unos segundos de silencio me hablo, es probable que fuera la única vez en la vida, en la que me hablo con el corazón en la mano, con un tono de voz un tanto tímido y entrecortado, como haciendo fuerza para no lagrimear, me dijo… estoy muy orgulloso de vos. A partir de ese instante, no recuerdo mucho más, quizá fue por la sorpresa de que me dijera algo así. Tengo un vago recuerdo de que le tome el brazo, que estaba apoyado sobre la mesa, que la vi a mi vieja aguantando las ganas de llorar, yo haciendo honor a nuestra relación, de afecto pero distante, solo pude decirle -gracias viejo!. Y eso fue todo, no hubo abrazo ni llanto de mi parte, como si lo hubo después, en cada ocasión en que recordé sus palabras, como llore hace unos días cuando este recuerdo brotó automáticamente al escuchar lo narrado por Casciari, como estoy llorando ahora que finalmente me animo a escribir con el pecho inflado, que mi viejo estaba orgulloso de mi. Que un día se animó a decirlo, y que ese, es el recuerdo más feliz que tengo de él. Estoy seguro que una de las causas por las que volví a estudiar tantos años después, es para hacer valer ese esfuerzo que años atrás fueron la causa de uno de los momentos más importantes de mi vida. Antes de despedirme, y previo a cerrar la imagen, le di guardar un par de veces, como para no perder nada. Vuelvo a dejar ese icono ahí, siempre a la vista, en medio de la pantalla de mi memoria, como para leer el titulo siempre aunque sea a la pasada…”estoy orgulloso de vos”.

viernes, 19 de julio de 2019

Lo eterno es invisible a los ojos...

Es una noche de jueves, llegue tarde de jugar al futbol… ya todas duermen… recién las veía a las tres tapadas en mi cama… con la tele encendida… el cansancio les ganó. Me siento en mi lugar de la mesa a comer solo… contemplando en silencio los detalles de nuestra casa… la mirada se va perdiendo en un punto al que no estaba viendo realmente… la imagen se va haciendo difusa lentamente. Y en ese instante empiezan a surgir un montón de pensamientos, entre ellos, lo que un hogar simboliza, esa cuestión de seguridad para uno y para sus hijos, cuantas veces uno piensa que va a dejarles cuando ya no esté… pero no me quede solamente en lo material… ni tampoco solo con mis hijas… Ya fijando la vista en otro punto, ahora de la mesada, viendo el humo disipándose por sobre la cafetera… hace frio y una bebida caliente acompaña bien la noche… me puse a recordar situaciones aleatorias… muy disimiles pero a la vez unidas… Todas estas secuencias que se fueron proyectando imaginariamente sobre el vapor de mi taza… trataban de otro tipo de legado… en algunos casos con igual trascendencia que un inmueble… y posiblemente también… más duraderos. Iré dejando a un costado lo legalmente establecido para la materia hereditaria y me voy tomar la libertad de abstraerme un poco… Es que, me encontré pensando sobre el rastro que uno va dejando atrás, con cada día vivido… y como eso afecta nuestro entorno y lo modifica para siempre… A lo largo de la vida vamos dibujando una huella… un tatuaje imaginario imperceptible a los ojos pero que está ahí!... a veces más evidente otras no tanto… sobre todo en las personas con quienes nos relacionamos de manera más intima… Cuantas cosas uno deja en los demás, cuantos momentos que generan cambios… que roban sonrisas… o que provocan lagrimas. Cuantas comidas se utilizan para agasajar amigos… familiares… grabando momentos en todos ellos… Cuantas canciones uno regala a la persona que ama… tan solo para desear buenas noches y sin saberlo para quien recibe esa dedicatoria… algo inevitablemente habrá cambiado. Porque cada vez que escuche ese tema, así sea por casualidad… uno estará ahí… presente… porque hay algo que el cuerpo percibe al escuchar… aunque no lo registre nuestro consciente. En esas situaciones, no dejamos algo material… sino un fragmento de la nuestra propia esencia… que va a acompañar al otro siempre… aunque uno ya no esté ahí. No necesariamente el otro va a ser conscientes del efecto que uno pudo haberle causado… pero de todas formas, el cambio esta… ya esa persona no será la misma luego de conocernos… Hay ocasiones donde la marca que se infringe es negativa… pero por cada una de ellas hay miles de otras que enseñan… que divierten… que ayudan a crecer… Ese rastro que uno va dejando (casi que actúa como un mapa genético), es inmortal, porque a pesar de no estar uno presente… el cambio en el otro está hecho… y eso lo va a trasladar… será a modo de anécdota… será compartiendo la experiencia o transmitiendo los conocimientos que alguna vez uno pudo proveerle… El legado va mas allá del dinero o cualquier otro bien… el recuerdo… las experiencias… los aprendizajes… los descubrimientos… todos ellos no mueren ni se agotan… siempre queda esa parte del alma en todos ellos y será compartido con otros… y así nuestro paso por esta vida nos trasciende de manera que no podemos comprender. La vida eterna es una búsqueda universal, desde los principios de la humanidad… imposible de alcanzar desde lo estrictamente físico… pero cuan real se convierte desde el momento en que empezamos a entender que nosotros mismos abarcamos más que nuestro cuerpo… Cuantos pedacitos de nosotros forman parte de los demás… cuantos amigos contaran anécdotas compartidas con nosotros a sus hijos y ellos a su vez las recordaran y volverán a repetir… Cuantas veces nuestros propios hijos recordaran nuestras historias… o dirán que el padre le enseño a hacer asados… o que la madre los ayudaba con matemáticas hasta cualquier hora de la noche para llevar la tarea al colegio. Cuantas abuelas reviven a través de sus recetas de cocina? Podrán agregarle condimentos o variar alguna medida de harina, pero su esencia sigue allí… Cuán importante es entender que la huella inevitablemente se deja… pero queda en nosotros elegir qué tipo de marca vamos a dejar… la inmortalidad es posible a través de los otros… solo tenemos que elegir la mejor manera de hacer nuestra historia… que aun cuando pueda parecer pequeña… afecta a todo un universo. Me voy a despedir, con cierto sentimiento de satisfacción y alegría, quizás motivado por algún costado narcisista de mi personalidad… pero todo esto lo siento así… porque sé que voy a estar presente eternamente aunque ya nadie conozca mi nombre… y que a pesar de mis errores todas mis elecciones parten de la mejor intención, por lo que el recuerdo nunca será negativo… y aunque sé que tengo muchísimo camino por delante… esta noche, en la soledad de mi cocina… y mientras contemplo el fondo de mi taza vacía… pude comprender que sin buscarlo alancé la inmortalidad…