martes, 30 de julio de 2019

Acceso directo...

Es curioso cómo funciona la memoria, cuáles son los recuerdos que guarda la mente y los deja pegados en el " escritorio " de nuestro cerebro, como una suerte de “acceso directo”. Una caricia, un beso a una enamorada, un abrazo de despedida, la risa con carcajada de un hijo. Como quedan relacionados lugares y personas a instantes determinamos. ¿Por qué quedarán justo esos momentos y no otros? Después si uno empieza a ahondar, aparecerán otros momentos, felices o no, ya más pulidos por el ejercicio de recordar o porque los dispara una foto guardada en algún cajón, pero no es lo relevante, al menos no son estos tipos de recuerdos, los que me trajeron a escribir ahora. En mi caso noto que esos primeros recuerdos son todos felices, desconozco si es algo generalizado, no soy experto en materia psicológica, pero en mi funciona así, imagino que se trata de algún mecanismo de preservación, para no amargarme con desamores o circunstancias tristes, entonces dejo a mano, para cuando el caso lo amerite, estos “highlights”. Hace unos días escuchaba a un escritor q me gusta mucho, Hernán Casciari, hablando de su padre y de alguien, que como yo, lo sigue y le comentaba los efectos que tuvo su relato en él y su relación con el padre, sin poder evitarlo, mentalmente hice doble clic en esos recuerdos primarios de la carpeta “Mi Viejo”. El primero es casi uno de los últimos, tendría que hurgar un poco en la memoria, pero creo que, efectivamente, es el último que tengo con él en vida. Lo fui a visitar una tarde al geriátrico, en donde estaba internado, el falleció un primero de julio, así que era invierno, esto habrá sido, más o menos, un mes antes, en mi recuerdo hacía calor, él no podía mantener una conversación, para ese entonces apenas si me recordaba, ese día me reconoció. Estábamos en el jardín sentados, recuerdo que llevé el equipo de mate, alguno que otro pudo tomar. Después hablamos de San Lorenzo, el punto más grande de contacto que tuvimos siempre y era el último que teníamos, le conté que peleábamos el campeonato, Ramón Díaz nos dirigía, el no entendió bien, no sé si era porque supo conectar a Ramón Díaz con River, o porque no sabía de quien le hablaba, aún así le seguí contando de cómo le ganamos a Boca 0-3 en la Bombonera, él no agregó más, solo me escuchaba y sonreía, no por lo que yo le contaba, sino que (eso lo veo ahora) estaba feliz de ver a su hijo y de saber quién era. Ese día me fui feliz del geriátrico, creo que fue la única vez que me fui con esa sensación de ese lugar y fue la última. El día antes de fallecer, había ido a visitarlo y mi vieja que estaba saliendo, angustiada de verlo como estaba, me pidió que la llevara a casa y que volviera al día siguiente, por mucho tiempo me sentí culpable de esa decisión y no haberlo visto una última vez, ahora me doy cuenta que fui afortunado de que esa tarde de mate y futbol, haya sido nuestro último encuentro. El otro recuerdo que apareció, tiene más que ver con lo que estaba escuchando en la radio. Durante la narración, surgió una pregunta, que fue el disparador de todos mis recuerdos, ¿papá estás orgulloso de mí? El lector contaba que su padre estaba con vida y que nunca se había animado a preguntarle y eso le generaba cierta angustia, en mi caso, esa duda había sido disipada mucho tiempo antes. Tengo la sensación, de que era de noche, que recién llegaba de la facultad, esto sería por 2006, un año antes de su muerte. El ya no tenía muchos momentos de lucidez, recuerdo que le gustaban las comerciales televisivos, porque duraban apenas minutos y les podía seguir el hilo, cada tanto había momentos en los que podíamos conversar, afortunadamente, ese fue el caso de esa noche. Como decía yo había vuelto tarde de la facultad, serían las 11:30 de la noche, estaba cansado porque en esa época me levantaba a trabajar a las 5 de la mañana. Me acuerdo que ese día mi vieja me preparó la comida, generalmente me cocinaba yo, pero mi viejo extrañamente no se había dormido, así que imagino que ella decidió quedarse despierta para no dejarlo solo, ambos me acompañaron en la cena, aunque yo era el único comiendo. Como siempre la charla arrancaba con mi vieja preguntando, ¿Qué tal tu día?, y yo empecé a contar, inmerso en los problemas cotidianos, que estaba cansado del trabajo, que pagaban poco, que al mediodía comí un sanguche de matambre y queso, había un almacén en la esquina del trabajo, donde los preparaban con pan francés y eran realmente baratos, claramente ese era mi menú diario, les conté que el 130 había tardado un monto en llegar a la facu, pero por suerte hizo rápido en traerme hasta casa. Hasta ahí mi viejo seguía viendo la tele, como solía pasar, después seguramente le comente de la clase, de los temas que estábamos viendo, imagino que la materia era contratos o sociedades, que era un curso aburrido y que teníamos mucho para leer, que no me alcanzaba el tiempo para estudiar mucho, porque trabajaba todo el día y se hacía difícil, ese era básicamente el repertorio de quejas que habitualmente contaba. Recuerdo que mientras hablaba con mi vieja de las dificultades de la facultad, mi viejo dejo de mirar la televisión y se concentró en escuchar la charla, estuvo callado de todas formas, pero me miraba, lo recuerdo bien. En un momento atinó a hablar, al darme cuenta hice silencio, le costaba a veces decir lo que pensaba, en realidad siendo un vasco cerrado como era, siempre le costaba decir lo que pensaba o sentía, pero en ese momento la dificultad era por su enfermedad. Se tomó unos segundos como para armar la frase mentalmente y prepararse para decirla, se frotaba las manos, como tomando coraje para soltar las palabras, me miro con los ojos cristalizados de emoción. Era realmente él quien iba a hablar, me di cuenta en ese momento, no era un divague propio de lo que padecía, después de unos segundos de silencio me hablo, es probable que fuera la única vez en la vida, en la que me hablo con el corazón en la mano, con un tono de voz un tanto tímido y entrecortado, como haciendo fuerza para no lagrimear, me dijo… estoy muy orgulloso de vos. A partir de ese instante, no recuerdo mucho más, quizá fue por la sorpresa de que me dijera algo así. Tengo un vago recuerdo de que le tome el brazo, que estaba apoyado sobre la mesa, que la vi a mi vieja aguantando las ganas de llorar, yo haciendo honor a nuestra relación, de afecto pero distante, solo pude decirle -gracias viejo!. Y eso fue todo, no hubo abrazo ni llanto de mi parte, como si lo hubo después, en cada ocasión en que recordé sus palabras, como llore hace unos días cuando este recuerdo brotó automáticamente al escuchar lo narrado por Casciari, como estoy llorando ahora que finalmente me animo a escribir con el pecho inflado, que mi viejo estaba orgulloso de mi. Que un día se animó a decirlo, y que ese, es el recuerdo más feliz que tengo de él. Estoy seguro que una de las causas por las que volví a estudiar tantos años después, es para hacer valer ese esfuerzo que años atrás fueron la causa de uno de los momentos más importantes de mi vida. Antes de despedirme, y previo a cerrar la imagen, le di guardar un par de veces, como para no perder nada. Vuelvo a dejar ese icono ahí, siempre a la vista, en medio de la pantalla de mi memoria, como para leer el titulo siempre aunque sea a la pasada…”estoy orgulloso de vos”.

viernes, 19 de julio de 2019

Lo eterno es invisible a los ojos...

Es una noche de jueves, llegue tarde de jugar al futbol… ya todas duermen… recién las veía a las tres tapadas en mi cama… con la tele encendida… el cansancio les ganó. Me siento en mi lugar de la mesa a comer solo… contemplando en silencio los detalles de nuestra casa… la mirada se va perdiendo en un punto al que no estaba viendo realmente… la imagen se va haciendo difusa lentamente. Y en ese instante empiezan a surgir un montón de pensamientos, entre ellos, lo que un hogar simboliza, esa cuestión de seguridad para uno y para sus hijos, cuantas veces uno piensa que va a dejarles cuando ya no esté… pero no me quede solamente en lo material… ni tampoco solo con mis hijas… Ya fijando la vista en otro punto, ahora de la mesada, viendo el humo disipándose por sobre la cafetera… hace frio y una bebida caliente acompaña bien la noche… me puse a recordar situaciones aleatorias… muy disimiles pero a la vez unidas… Todas estas secuencias que se fueron proyectando imaginariamente sobre el vapor de mi taza… trataban de otro tipo de legado… en algunos casos con igual trascendencia que un inmueble… y posiblemente también… más duraderos. Iré dejando a un costado lo legalmente establecido para la materia hereditaria y me voy tomar la libertad de abstraerme un poco… Es que, me encontré pensando sobre el rastro que uno va dejando atrás, con cada día vivido… y como eso afecta nuestro entorno y lo modifica para siempre… A lo largo de la vida vamos dibujando una huella… un tatuaje imaginario imperceptible a los ojos pero que está ahí!... a veces más evidente otras no tanto… sobre todo en las personas con quienes nos relacionamos de manera más intima… Cuantas cosas uno deja en los demás, cuantos momentos que generan cambios… que roban sonrisas… o que provocan lagrimas. Cuantas comidas se utilizan para agasajar amigos… familiares… grabando momentos en todos ellos… Cuantas canciones uno regala a la persona que ama… tan solo para desear buenas noches y sin saberlo para quien recibe esa dedicatoria… algo inevitablemente habrá cambiado. Porque cada vez que escuche ese tema, así sea por casualidad… uno estará ahí… presente… porque hay algo que el cuerpo percibe al escuchar… aunque no lo registre nuestro consciente. En esas situaciones, no dejamos algo material… sino un fragmento de la nuestra propia esencia… que va a acompañar al otro siempre… aunque uno ya no esté ahí. No necesariamente el otro va a ser conscientes del efecto que uno pudo haberle causado… pero de todas formas, el cambio esta… ya esa persona no será la misma luego de conocernos… Hay ocasiones donde la marca que se infringe es negativa… pero por cada una de ellas hay miles de otras que enseñan… que divierten… que ayudan a crecer… Ese rastro que uno va dejando (casi que actúa como un mapa genético), es inmortal, porque a pesar de no estar uno presente… el cambio en el otro está hecho… y eso lo va a trasladar… será a modo de anécdota… será compartiendo la experiencia o transmitiendo los conocimientos que alguna vez uno pudo proveerle… El legado va mas allá del dinero o cualquier otro bien… el recuerdo… las experiencias… los aprendizajes… los descubrimientos… todos ellos no mueren ni se agotan… siempre queda esa parte del alma en todos ellos y será compartido con otros… y así nuestro paso por esta vida nos trasciende de manera que no podemos comprender. La vida eterna es una búsqueda universal, desde los principios de la humanidad… imposible de alcanzar desde lo estrictamente físico… pero cuan real se convierte desde el momento en que empezamos a entender que nosotros mismos abarcamos más que nuestro cuerpo… Cuantos pedacitos de nosotros forman parte de los demás… cuantos amigos contaran anécdotas compartidas con nosotros a sus hijos y ellos a su vez las recordaran y volverán a repetir… Cuantas veces nuestros propios hijos recordaran nuestras historias… o dirán que el padre le enseño a hacer asados… o que la madre los ayudaba con matemáticas hasta cualquier hora de la noche para llevar la tarea al colegio. Cuantas abuelas reviven a través de sus recetas de cocina? Podrán agregarle condimentos o variar alguna medida de harina, pero su esencia sigue allí… Cuán importante es entender que la huella inevitablemente se deja… pero queda en nosotros elegir qué tipo de marca vamos a dejar… la inmortalidad es posible a través de los otros… solo tenemos que elegir la mejor manera de hacer nuestra historia… que aun cuando pueda parecer pequeña… afecta a todo un universo. Me voy a despedir, con cierto sentimiento de satisfacción y alegría, quizás motivado por algún costado narcisista de mi personalidad… pero todo esto lo siento así… porque sé que voy a estar presente eternamente aunque ya nadie conozca mi nombre… y que a pesar de mis errores todas mis elecciones parten de la mejor intención, por lo que el recuerdo nunca será negativo… y aunque sé que tengo muchísimo camino por delante… esta noche, en la soledad de mi cocina… y mientras contemplo el fondo de mi taza vacía… pude comprender que sin buscarlo alancé la inmortalidad…