martes, 21 de abril de 2020

La Foto

Hace unos días, revolviendo una caja con cosas viejas, buscando algo para mostrarles a mis hijas, me encontré con esta foto.
En ella estoy con mi viejo en el acto de egresado del secundario, era el año 1998. No sé cuándo fue la última vez que la vi, pero estoy seguro que pasaron más de 13 o 14 años, de hecho estaba guardada en una caja que abrí hace poco y que no desembalaba desde que nos fuimos de la casa donde vivíamos todos juntos, allá por el 2007. Desde que me reencontré con la foto la tengo acá al lado, la estoy viendo ahora mismo en mi escritorio. Me encanta vernos juntos, pero lo cierto es que ya no la miro de la misma forma. Es que han pasado tantas cosas desde ese momento, incluso casi inmediatamente a la foto, ya que solo unos pocos meses después, en lo que fueron las últimas vacaciones juntos, empezaron a aparecer los avisos de lo que se venía. Es por eso que veo la foto y no solo nos veo a nosotros frente a la pared del colegio, veo un punto de quiebre, porque la vida a veces golpea fuerte y no queda más alternativa que madurar pronto… lamentablemente por necesidad y no por elección. Y me veo ahí feliz, sin problemas, sin preocupaciones… sin saber. Recuerdo que un rato después, yo hablaba con una chica con la que termine saliendo unos meses y mi viejo se acerco para decirme que nos íbamos, sin interrumpir me hizo con las manos el gesto de que teníamos que irnos y esbozando una leve sonrisa cómplice, me guiño el ojo aprobando la conquista. Que poco pudimos disfrutar de esos códigos. Y sigo viendo la foto y esta él, siendo todavía su mejor versión, y más de veinte años después, lo veo con ojos de adulto, pero extrañándolo como si todavía fuera un niño. Hay algo en la forma en la que me mira, que en ese momento claramente no percibí, pero hoy si puedo darme cuenta de lo importante que era para mi viejo verme ahí, para alguien que nunca estudió e incluso a duras penas había terminado el primario, y me está viendo feliz y orgulloso de que yo pudiera lograr algo que él nunca pudo hacer, algo que para mí era normal o sin trascendencia como terminar el colegio y que para él fue algo imposible. Encuentro tan diferente esta foto a como la había visto siempre, claramente no soy la misma persona desde la última vez que la vi, ahora la veo con los ojos de él, con los ojos de alguien que vive por otras personas. Ser padre genera muchos cambios, pero dos son esenciales, el primero es el miedo… nada es más aterrador que la idea de que algo malo pueda pasarle a un hijo… nada. Y el segundo cambio es que uno abandona el egoísmo, porque inmediatamente se cae en la cuenta de que el centro es otro y no hay cambio de paradigma más grande que ese, lo más importante en la vida de uno es nuestro hijo. Tantos años después, ya no soy ese pibito desalineado del secundario, ahora me parezco mas al que está al lado, o al menos intento parecerme, ese que mira orgulloso, ese que siempre estuvo para enseñar y ayudar, para construir en todos los sentidos, desde un robot de juguete hecho con cartones, hasta el carácter y los principios que uno tiene que llevar en la adultez, el que era el pilar de esa vida que ya no es la mía y que a la distancia pareciera que perteneció a otra persona. Me cuesta ponerme en los zapatos del Ariel adolescente, sin embargo me es tan fácil ponerme en tu lugar viejo. Porque yo también miro a mis hijas lleno de orgullo cuando me enseñan sus logros, que para cualquiera podrán ser pequeñas cosas, pero que para mí son increíbles, porque las veo crecer, las veo aprender… Les hablo mucho de vos para que sepan que tienen un abuelo en el cielo enamorado de ellas. Vos no me contabas mucho de tu viejo, yo tampoco indague demasiado, quizá porque inconscientemente sabía que no ibas a contarme muchas cosas lindas, pero en este caso es lo contrario. Siempre les cuento todo lo que vos nos enseñaste, como te divertías con nosotros, lo que construíamos juntos, cada vez que yo le construyo cosas a ellas me siento en el piso con las herramientas y la historia arranca con un “mi papa cuando yo era como ustedes…” Tendrías que oírlas preguntarme ¿cómo era el abuelo? ¿cómo hacía tal cosa? ¿ a que jugábamos? cuando me preguntaron si dibujábamos juntos, les dije que sí, pero que solo sabias dibujar el Pato Donald y era lo único que hacías, no les voy a mentir. Qué lindo hubiera sido que las conozcas viejo, te volverías loco de amor y ellas igual con vos, porque eso son, son todo el amor que nosotros no éramos, no porque no lo sintiéramos sino porque no lo demostrábamos, ese abrazo de la foto es lo mas demostrativos que alguna vez fuimos, sin embargo con las nenas nos llenamos de besos y abrazos y nos decimos tantas veces te amo que ya nos mareamos, aunque Mica trata de llevar la cuenta, según ella vamos por ochenta mil cincuenta cuarenta, no entiendo mucho el numero, pero estimo que es un montón, estoy seguro que lo mismo habrían hecho con vos y sé que serias un gran abuelo, porque sé que tener nietas era lo que más querías en el mundo. Y veo la foto nuevamente y no puedo dejar de pensar que me encantaría poder volver a sentir la inocencia o quizá mejor llamarlo inconsciencia de esa época, pero ya no se puede. Lamentablemente no siempre se puede elegir como crecer, ni cuando hacerlo, lo que sí puedo hacer, es darles la posibilidad a mis hijas de que vivan esa vida y la disfruten como yo pude hacerlo gracias a vos. En algún momento nos pondremos al día con todo lo que tengo para contarte, aunque ambos sabemos que ninguno de los dos tiene prisa en que eso ocurra…